lunes, 27 de abril de 2015

leyendas de monclova

Se cuenta que hace algunos años, privaron de la vida a una familia en este lugar, el kilómetro 18 se encuentra a las afueras de la ciudad de Monclova, Coahuila por la carretera federal 57 y se han presentado varios acontecimientos paranormales, hay mas de 30 historias diferentes sobre lo que sucede en el lugar, se ha investigado buscando respuestas y la posible existencia de la familia.
Una historia mencionada es que el padre encontró a toda la familia sin vida, hasta el momento no se ha encontrado ningún reporte sobre lo acontecido. En periódicos de hace 20 años no se menciona absolutamente nada, las historias que cuentan del lugar, sean verdad o mentira han sido justificación de los fenómenos que muchos han presenciado, al ver unas grabaciones se vio como una persona pasaba al fondo de la casa, también donde se encontraba la alberca vieron que algo paso rápidamente, estos dos videos son evidencia de lo que ahí sucede.
Por las marcas de la pared el lugar es visitado por personas dedicadas a los rituales de brujería, hemos estudiado los signos de las paredes y la mayoría tiene un sentido dentro de su ritual.
Baja al río de Monclova, una callejuela sin salida y que desde tiempo inmemorial se le conoce con el nombre de “El Callejón del Diablo”.
Preguntándole en cierta ocasión al Ing. Don Melquíades Ballesteros sobre el origen de ese nombre singular, me refirió mas o menos la siguiente leyenda que se había oído contar a Perico de los Palotes.
En aquellos benditos tiempos, la edad de oro del fanatismo, el culto eterno no estaba confinado como hoy, al recinto de los templos; por el contrario era tolerado y se permitía que se sacaran en andas a los santos y que con ellos recorrieran las principales calles de la población con gran acompañamiento de fieles. Vela en mano, presidiendo la procesión, el sacerdote que de sobrepelliz y capa magna iba rezando en voz alta un rosario de quince letanías mayúsculas; suspendiendo de cuando en cuando la caminata en los lugares donde estaba indicada la parada, para entonar algún salmo o rezo y ofrecer incienso al santo o santa de la fiesta.
Estas prácticas religiosas se hacían en mayor escala en la semana santa o mayor, que no era santa ni mucho menos mayor. Temporada más bien de holganza y jolgorio que de oración y penitencia. Usándose a diario los trapitos domingueros y en que se amanecía en el templo, sin fallar los sermones de la redención, prendimiento, lavatorio, visitas a monumentos, rezados, estaciones, procesiones del encuentro, siete palabras y descendimiento, vía en todos los templos y por la noche el pésame y procesión de la soledad.
Después de ésta y para hombres, sólo seguían en los templos a puerta cerrada, la importante y lúgubre ceremonia de tenebrario; pasada la respectiva disciplina, se abrían las puertas de los templos saliendo por las calles a altas horas de la noche en las llamadas a cuestas, siendo éstos pesador maderos, y otros arrastrados por largas y lacerantes cadenas,sobrando quien representara a Cristo de carne y hueso, con
sayones que vapuleaban a cuero limpio hasta hacer chorrear sangre de verdad por la espalda y posaderas al Nazareno de a mentiras.
Y mientras tenían lugar en las calles esos pases de penitencia, estaba absolutamente prohibido salir a verlos, ni aún por el agujero de la cerradura de la puerta, so pena de excomunión y otros agregaditos infernales; por lo que esa noche había que tener puertas y ventanas herméticamente cerradas y permanecer acurrucados en el último rincón de las casas.
Ahora, demos atención a lo que refiere la crónica. Un viernes santo, a eso de la media noche, anunció la conocida campanilla el paso de una procesión de nada santas, que vivían en una casucha del callejón sin salida que baja al río, por la casa que fue de don León Villarreal; picadas de curiosidad mujeril, en lugar de cerrar la ventana  donde estaban conversando, la dejaron entreabierta para observar sin ser vistas, en ese momento se acerca a la ventana un elegante caballero de rojo y con una pluma del mismo color en el sombrero, suplicando aceptar dos velones de cera que les ofrecía muy bien envueltos en papel de china.
Las mesalinas agradecieron con una mueca provocativa y una carcajada picaresca; pero al deshacer el regalo y ver que no eran candelas sino dos canillas de muerto mondas y lirondas, y que el obsequiante era el pingo en persona, con sus apéndices frontales, las patas con espolones de gallo y la colita de chango, haciéndoles muecas infernales e intentando atraparla, las pobres cayeron desmayadas de susto. Esto las salvó, pues como una de ellas llevaba en el seno de la camisa unas tijeras, que al caer la magdalena al suelo boca arriba, quedaron puestas en el pecho en forma de cruz. Al verla el amiguillo aquel, dio un fenomenal salto abandonando la presa que ya acariciaba, y produciendo un fenomenal chisporroteo y un insoportable olor azufroso, se lanzó por el aire y no paró hasta el infierno a donde llegó muy contrariado y triste.
Y como esa noche todo el barrio se enteró del macabro suceso, al día siguiente la versión corrió como rayo por toda la población, y desde entonces a la fecha se llama a esa callejuela cerrada “El callejón del Diablo”
Cuenta también la crónica, pero esto es de otra fuente, que Satanás no perdió la querencia, y que de cuando en cuando hacía sus paseítos por el callejón de su nombre, bajo las forma de chivo prieto o como gato del mismo color, soltando chispas por los ojos y narices, más apestoso que un zorrillo, bien entrada la noche y después del toque de ánimas.
Con esas versiones, “El Callejón del Diablo” se hizo tan espantadizo, que nadie se aventuraba a transitar ni por Cristo de oro después de que la campana y el tambor anunciaran la hora del silencio.
Pero en eso, y allá por los años de 1715 y 1716, que estuvo en esta población el reverendo padre fray Antonio Margil de Jesús, de camino con sus misionero por la provincia de Texas, enterado del acontecimiento, se plantó una noche en el susodicho callejón con aceite en una mano y un hisopo en la otra; en un santiamén hubo regado la callejuela aquella y tal como si hubiera pasado la regadora repleta de agua bendita, desde entonces hasta la fecha, no ha vuelto a presentarse por allí su majestad infernal.
Ese fraile si era de los que entendían muy bien el asunto y borraba no sólo la huella, sino también la querencia con unos cuantos latinajos y otros aspirges de agua lustral; pero lo que no pudo borrar fue el nombre de la callejuela que sigue llamándose el “El Callejón del Diablo”.


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